WhatsApp-Image-2020-09-24-at-9.49.26-AM

En defensa de la imaginación

Hace un par de semanas decidí empezar una formación en temas de acompañamiento terapéutico, psicología y mindfulness. Después de buscar aprobación en un par de personas que me importan y verles el ceño fruncido decidí que me lo guardaría para mí. Sin embargo, con los días he estado reflexionando sobre lo mucho que nos cuesta, y nos confronta ver a los otros, ejercer el poder de convocar alternativas. Es decir, de imaginar.

Me acuerdo lo enojada que estuve durante casi diez años por haberme graduado como abogada para terminar con una mochila en Asia estudiando yoga y sin ningún plan serio al respecto. Cuando estamos atravesando episodios complicados o densos, no podemos imaginarnos encontrando otro trabajo; no podemos imaginarnos una nueva formación o un cambio de profesión. No podemos imaginar que no nos importe lo que dicen sobre nosotros. No podemos imaginarnos encontrando otra pareja y permitiéndonos volver a confiar en alguien. No podemos imaginarnos viviendo con un presupuesto más modesto o mudándonos a otro país. No podemos imaginarnos un grupo de amigos completamente nuevo.

Le decía a un par de amigas, que viajan y migran como yo, que lo más difícil de movernos tanto por el mundo es no perder la lista de sueños por el camino o incluso, dejar de apuntar cosas en ella. No saben la vergüenza que me da reconocer que tras burlarme toda mi vida de frases azucaradas y vacías como “nunca dejes de soñar”, hoy empiezo a encontrarle un poco de sentido. Dicen que con suficiente imaginación, casi cualquier problema puede solucionarse, pues si una puerta se ha cerrado, la imaginación debería poder encontrar otra con el tiempo.
Nací en un país en el que cuando se han cerrado doscientas puertas, rápidamente hay que ubicar como sea, la puerta número doscientos uno. Así que, puede parecer extraño pero comienzo a darme cuenta que algunos de mis estados de ánimo más desesperados y depresivos, a lo mejor son causados por una imaginación demasiado atrofiada que por falta de uso ha perdido masa muscular.

En el libro The Crossroads Of Should And Must : Find and Follow Your Passion, Elle Luna dice que cuando lo que amamos hacer no nos da dinero, aun siguen habiendo muchas opciones para elegir: en todo trabajo hay dignidad. Solo porque tenemos un trabajo para pagar nuestras cuentas no quiere decir que sea un “dinero sucio” o algo para avergonzarse. Y solo porque queremos encontrar nuestra vocación o pasión, no quiere decir que tenemos que renunciar a nuestro trabajo.
Hay otras ciudades a las que podemos ir, hay tipos de trabajo completamente nuevos que podemos probar. Hay lugares a los que podemos viajar donde nadie sabe quiénes somos y podemos empezar de nuevo. Hay amantes que tendrán un enfoque de la intimidad muy diferente a los que hemos conocido y pueden enseñarnos otras maneras de relacionarnos. Los océanos son tan grandes y les importamos tan poco. De niñas dependíamos completamente de otros, de nuestras madres o padres y sin embargo, imaginábamos más. Creíamos que ser adultos era encontrar un techo de cristal, una cima estática. Pero quizá, ser adultos significa ser personas con opciones y alternativas… con imaginación.

Podríamos hacer un voluntariado (eso siempre da perspectiva). Podríamos trabajar en un bar o volver a estudiar en alguna formación online, encontrar empleo de atención al cliente o invertir los ahorros en un emprendimiento. Podemos cambiar nuestros nombres (why not?). Si nos sentimos derrotadas por algo, podemos darnos un tiempo de quietud. Podemos vivir solas, ocuparnos de nuestros propios asuntos, leer los clásicos e ir al cine o escuchar podcast todo el día (empieza por el mío: Cosas que dan cuerda al mundo 😉 ). Podemos experimentar la ansiedad o la depresión por un tiempo y luego recuperarnos; mucha gente lo hace. Podríamos dedicarnos a aprender un nuevo idioma o cursar un título en ayurveda. Podríamos buscar un beca. Podemos encontrar el amor romántico en una app o el amor incondicional de dos amigas.

Hay muchas personas superficiales en este mundo, pero algunas son infinitamente compasivas, profundas y amables y podemos salir a buscarlas y no dejarlas ir. Podríamos hacer un nuevo círculo de amigas interesadas en temas de desarrollo espiritual. Podríamos ir a un monasterio o un retiro de silencio y meditación. Podríamos convertirnos en jardineras. Podríamos ir a buscar a algunos viejos amigos de confianza y sugerir que vivamos todos juntos en una pequeña comuna poco convencional y solidaria. Podemos deshacernos de los valores tóxicos con los que crecimos y convertirnos, en las personas excéntricas de la familia.

No tenemos que ceñirnos al guión que pensamos que seguiríamos toda la vida. Está bien hacerlo pero si algo me ha enseñado el yoga es que somos criaturas profundamente flexibles por naturaleza. Cuando aterrizamos en la tierra, nuestro cableado mental estaba lo suficientemente reluciente y preparado como para convertirnos en artistas, eruditas de universidad o personas seguras de sí mismas, creativas y fuertes. Nuestra biología es tan elástica. Puede que hayamos perdido un poco de esa flexibilidad, es normal, lo que no se usa se atrofia. Como me ha pasado a mí últimamente con mi imaginación. Puede que ya no sea tan fácil aprender nuevos idiomas (yo quiero retomar francés) o nuevos movimientos físicos, pero seguimos estando eminentemente equipadas para adquirir nuevos trucos. Si miramos de cerca podemos darnos cuenta de que otras personas han estado practicando sus trucos antes que nosotros. Exiliados que se han vuelto a arraigar en tierras extrañas, ex combatientes de guerrilla que se han graduado de la universidad; divorciados que se volvieron a casar; ejecutivos hastiados que abrieron floristerías en una esquina.

Tal vez me equivoque, pero hoy comparto esto porque llevo muchos días autosaboteándome y quiero ser también capaz de autoelevarme. Quiero creer en que mis posibilidades de autorealización pueden ser alimentadas si ejercito mi imaginación; quiero ser capaz de proporcionarme narrativas alternativas cuando los planes se desvíen. Como cuando los pilotos preguntan a la torre de control a qué pista pueden dirigirse para hacer un aterrizaje forzoso.

Deberíamos sentirnos provocados y no abatidos ante el enigma intelectual que tenemos ante nosotros: ¿de qué otra manera salir adelante, dadas las muchas posibilidades que se nos han cerrado? ¿Cómo fertilizar este montón de estiércol en el que me metí?

Intenta esto: En una clase de escritura creativa que impartí en un colegio le pedí a los adolescentes que escribieran sobre este disparador: Si perdiera todo y tuviera que empezar de nuevo, podría …

Ahora pienso que sería interesante reformular la consigna y escribir: Cómo podría sobrevivir si me divorcio a los 40 con dos hijes, sin amigos y sin mucho dinero. ¿Qué escribirían uds?